Opinión

Memorias contra incendios

La necesidad de no perder esa capacidad de interpretar el pasado que determina nuestra habilidad para interpretar el presente y planificar un futuro más solidario.

Memorias contra incendios

La angustia sentida por la amenaza de quema de libros durante la era McCarthy, impulsó a Ray Bradbury a escribir "Fahrenheit 451: la temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde".

Allí presenta un futuro donde los libros están prohibidos y existen "bomberos" dedicados a quemarlos. Uno de los cuales renuncia a su papel al leerlos en lugar de quemarlos, y termina por unirse a la Resistencia, cuyos miembros memorizan los libros para preservarlos del fuego estatal.

Sugerente parecido con los Hafiz (en árabe protector/a-memorizador/a, y no por azar en castellano “guarda, veedor, conservador.”), hombres y mujeres que entre los musulmanes memorizaban el Corán en tiempos del Profeta Muhammad, para protegerlo de las persecuciones y recitarlo a otros.

A modo de “back up” social, la costumbre continuó dando lugar a la profesionalización de su recitación pública como disciplina universitaria (Taywid), pues su lectura y recitación aún se percibe como aquella sombra distante del acto divino que conminó a los creyentes a “leer”, denominando al texto como “lectura”, en árabe: “Corán”.

La misma angustia de Bradbury y los primeros musulmanes, nos asalta hoy a “A 90 años de la llegada del nazismo al poder”, pues cómo no sentir, como hemos leído en estas páginas, que “aquellos años lejanos soplan en nuestras nucas o se nos presentan como un fantasma reencarnado frente a nuestros ojos” (F.Bosoer, Clarín 4/8/23), ante el avance de la plaga de odio racista que propagan por ejemplo partidos e individuos que organizan, y gobiernos que autorizan, quemas públicas de Coranes .

O ante el negacionismo de los mismos gobiernos que ocultan o disimulan la islamofobia de su oposición o abstención a la resolución aprobada el 28 de junio por el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas condenando la “quema periódica de ejemplares del Corán, como incitación al odio religioso, la discriminación y la violencia”, por considerarla como “limitación de la Libertad de Expresión”, con el paradójico argumento de que criminalizar una creencia como amenaza cultural, no implica criminalizar a sus creyentes como amenaza social, para luego sostener que los “Derechos Humanos consisten en proteger a las personas, no a las religiones y sus símbolos”, como si éstos no fueran parte de las personas.

Como si no se hubiera cumplido la advertencia de Heinrich Heine, de la Bebelplatz berlinesa de 1933 a los Auschwitz del 40 al 45, de que “donde se empieza quemando libros se acaba quemando personas” (Los dioses en el exilio).

Asimétrica incapacidad para convertir el dato en conocimiento y, por lo tanto, del destino en conciencia y memoria, que evoca el caso del tonto que solo mira el dedo del sabio en lugar de la luna que este indica con él.

Demostración suficiente de cuán necesarios resultan los espacios e instancias de reflexión, para no perder esa capacidad de interpretar el pasado que determina nuestra habilidad para interpretar el presente y planificar un futuro más solidario con Nosotros y los Otros, sean quienes sean, y con la Diversidad Cultural propia y ajena. Y para recordar que los “herejes” como decía Shakespeare, “no son los que arden en la hoguera, sino los que la encienden.” (Cuento de Invierno)


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